jueves, 13 de diciembre de 2012

La muerte de la camarera (2da entrada)

Las huellas del pecado

La persiana del living estaba baja, la única luz natural que entraba era la de la cocina.
Los platos sucios de la noche todavìa estaban en la pileta.
Una radio FM sonaba con música nacional. Pero igual Eugenia escucho unos pasos. Se acercó a la puerta, y rapidamente la cerrò con llave.

- Alberto, no vuelvas a dejar la puerta sin llave, si te vas a mandar una macana y encima dejar la puerta abierta para que cualquiera te vea o escuche, no me parece inteligente de tu parte.
- Linda, no me di cuenta, de que macana estas hablando, creo que somos amigos hace tiempo, y no le hacemos mal a nadie.
- Bueno..., sacando a tu esposa.
- Euge.... sabes que ella no viene por acà, y lo hablamos mil veces, venì...dame un beso, dejame disfrutarte, no perdamos tiempo.

Alberto, como otras tantas veces, abrazó fuertemente a Euge y juntos cayeron en la cama, bramando de placer, la química era estupenda, lo demas no importaba.
Ademàs ella no era ambiciosa en las relaciones, no le importaba ni su profesión, ni la camioneta vieja, le quedaba cómodo, lo disfrutaba, lo consumía como quien come una mandarina, gajo por gajo hasta terminarla. Y luego seguía su vida.
Tampoco ambicionaba mucho en su propia vida de trabajo, era camarera y miraba a las  bailarinas de caño y deseaba llegar a bailar asi. Y nada mas.

Pasaron unos quince minutos cuando el celular de Alberto sonó y era Andres que reclamaba su presencia en la verdulería.

- Uh que querès pibe? No....pero no alcanza con lo que te dejè?, ... y debajo de la lata? Ah no, no ya se donde está, me traje la guita yo, la tengo en el bolsillo del jean, que boludo, ya bajo pibe.
Ay nena, perdoname pero me tengo que ir, Andres necesita un dinero que tengo acà. Y no puedo ya volver, tiene  que hacer unas entregas y me quedo yo a cargo. me perdonás?.
- Ya se Alber, andá, la seguimos otro día, sabes que conmigo no hay problema.

Ella quedó en la cama, Alberto, se vistió, abrió la puerta, salió y bajó rapidamente.

Alguien se escondió en el pasillo, en las sombras.
Se acercó, luego de unos instantes, y golpeó la puerta dos veces.

- Ahora que? de que te olvidaste?
(Abrió la puerta con su remeron blanco, el cabello recogido con un broche y descalza)

Un empujón la tiró al piso, se arrastró hacia atrás, mientras preguntaba temblorosa:

- Que querés? No me hagas nada, te doy lo que me pidas, por favor...!!!!
Se arrastraba mientras lloraba, hacia atrás mirando a los ojos a esa persona, que la miraba con odio y la amenazaba con un cuchillo.

- Queres la guita? Te digo donde está, no es mucho, es lo que queda de este mes..

Fueron sus últimas palabras, se abalanzó sobre ella y comenzó a acuchillarla y le tapaba la boca con un repasador, llevaba puestos unos guantes de latex, y eso hacía pensar que era algo premeditado aunque fuera de una manera rudimentaria.

La radio sonaba, igual sus gritos no fueron escuchados, se ahogaron., se defendió con sus piernas y brazos, pero el asesino, estaba montado sobre ella y le hacìa inmovilizar sus miembros inferiores con sus propias piernas, pero un brazo mientras pudo lo sacudió hacia su cara, porque el otro era sostenido por la mano izquierda del agresor contra el piso.
Solo bastaron dos acuchilladas, una cerca del cuello y otra en el vientre.
Hasta que ese brazo libre comenzó a aquietarse lentamente hasta caer pesado al piso.

El asesino se paró, miró a su alrededor cuidadosamente, limpió el arma blanca con un papel cualquiera que tiro por el inodoro, y la guardó en su mochila, sacó del bolsillo interno un marcador negro indeleble, lo iba a usar pero se arrepintió, entonces fue al  baño tomó un lapiz labial de Euge color ciruela y en su muslo derecho escribió:  PUTA.

Se sacò los guantes, los guardó cuidadosamente, y tomando una servilleta doble de papel, abrió la puerta, la cerró muy despacio y salió con la mayor naturalidad hacia la escalera para bajar los dos pisos que lo separaban de la salida.

Mientras la sangre de Eugenia corría como arroyo por el living, tiñiendo la alfombra barata color marrón.

Alberto, estaba vendiendo a sus clientas los tomates de quinta que habian bajado de precio, al fin.

Y un hombre de mediana edad, caminaba hacia la esquina sin despertar ninguna sospecha.
Y era el asesino de la jóven y bella Eugenia Frías, la camarera del "Bar Lunares blancos"

(continuarà)






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