La lluvia empapa los recuerdos, los alimenta, los hace crecer en la nostalgia, en la humedad de una lágrima, en lo profundo de una pena o en la remembranza de un momento feliz que hoy parece lejano en el tiempo. Se moja el extrañar, se humedece el abrazo perdido, y los besos que se han ido en alguna tormenta pasada y que no se parece a esta. Porque nada es igual, ni siquiera los diluvios, todos son distintos.
Una tormenta que nos sorprende corriendo de la mano de alguien que queremos, sorteando charcos.
O una lluvia mirada desde la ventana, pero de a dos, sosteniendo una taza de cafe caliente y reparador.
No es igual a una tormenta que te encuentra sola, y llena de recuerdos.
Y no deja de llover, y cuando parece que cesa, comienza otra vez, como los accesos de tos en una gripe.
Y pienso en esa gente que el agua le entró en sus casas, y mojó sus colchones, y frazadas, y flotan zapatillas, platos, cuadros, y cubiertos y lloran por lo que han perdido y no saben como recuperaran.
Entonces me siento estúpida y egoísta.
Y veo lo afortunada que soy que mi techo me cubra la dignidad, protegiéndome de una tormenta feroz que solo afecta mis emociones